Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1305
Legislatura: 1888-1889 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 19 de febrero de 1889
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Cassola y al Sr. López Domínguez
Número y páginas del Diario de Sesiones: 55, 1446-1448
Tema: Ley constitutiva del ejército

Voy a satisfacer a los dos Sres. Diputados que han tomado parte en el debate esta tarde, por el orden en que lo han hecho.

Yo no he dirigido cargos al Sr. Cassola porque haya contribuido a alargar este debate; lo que he dicho a S.S. es, que yo no podía hacer más de lo que he hecho para precipitarlo y para sacar pronto las reformas militares. Y como argumento para demostrar que yo no había podido hacer más, le decía a S.S.: yo hubiera deseado que no hubieran tomado parte en el debate muchos de los Diputados que lo han hecho, entre ellos S.S., que después de haber pronunciado tantos discursos, hace tres días nos pronunció uno de dos horas para repetir lo que ya había dicho; porque es indudable que cunado se habla mucho sobre una cosa, sobre un mismo asunto, hay que repetir lo mismo que ya se ha dicho. Pues si no lo he podido evitar con S.S., que tiene tantos deseos como yo de que las reformas se aprueben, ¿cómo lo he de evitar con los que no tienen los mismos deseos de S.S.? Esto no era decirle que con la intención y con el deseo de alargar la aprobación de las reformas militares tomara parte excesiva en la discusión.

Pero hay otra cosa más importante en la rectificación del Sr. Cassola, que se refiere al dilema en que dice que yo he encerrado la cuestión: "o ejército, o Hacienda". Me explicaré todo lo claramente que desea el Sr. Cassola, y que yo creo necesario, tratándose de un asunto tan importante como éste.

El Sr. Portuondo quiso dar a entender que con las reformas y con la nueva organización del ejército podía resolverse la cuestión de Hacienda (El Sr. Portuondo pide la palabra), uniendo la cuestión de Hacienda con las reformas militares. A eso dije yo: no esperamos de las reformas militares la solución de la cuestión de Hacienda, porque eso no es posible, porque precisamente en España y en todas partes, lo que hace más difícil la solución de la cuestión de Hacienda es la necesidad de tener ejércitos permanentes numerosos; y añadía: hay que desengañarse; no hay que hacer ilusiones; o ejércitos a la moderna, es decir, ejércitos que signifiquen mantener en la Nación lo que se llama paz armada, o Hacienda; porque las dos cosas son incompatibles aquí y en todas partes.

¿Queremos prescindir de nuestra posición en Europa? ¿Queremos prescindir de las eventualidades del porvenir en las cuestiones europeas que puedan presentarse? ¿Queremos encerrarnos en nosotros mismos? ¿Queremos tener confianza en nuestro derecho, y, ya que nosotros no nos metemos con nadie, no dar ocasión para que se metan con nosotros? ¿Queremos limitarnos a esto? Entonces es posible el arreglo de la Hacienda, porque decía yo: prescindiendo de las cuestiones exteriores, para asegurar el orden público en el interior, hay bastante con la mitad del ejército permanente que hoy tenemos. Eso es evidente, porque con que el Ministro de la Guerra tenga sobre la mesa la carta de los caminos de hierro, aun en casos de apuros, hay bastante con 50 ó 60.000 hombres para hacer frente a todas las cuestiones de orden público interior. Pero ¿no queremos eso? ¿Es que no queremos limitarnos a eso? ¿Es que queremos extender nuestra vida más allá de las fronteras? ¿Es que queremos participar del movimiento europeo y de todo el mundo? ¿Es que queremos estar preparados para, si cometen con nosotros una injusticia, poder defendernos? ¿Es que queremos vivir como viven las Naciones preparadas para la guerra por medio de la paz armada? Entonces, Sres. Diputados, el arreglo de la Hacienda es completamente imposible; hablo del arreglo de la Hacienda en el sentido de que desaparezca el déficit, de que se alivie al contribuyente, de que podamos tener presupuestos normales, de que podamos tender a la igualdad del tributo; que siempre esas modificaciones traen perturbaciones en el sistema de tributación.

Pues para eso es necesario que siguiéramos otra política diferente que la política que hoy se sigue, y el cambiar de política en este punto no corresponde sólo a un partido ni a un Gobierno, porque, señores, yo en esta cuestión tengo mi pensamiento, pero declaro que, aun siendo Gobierno, no me considero con fuerza bastante para resolverlo ni para realizarlo por mí solo, ni con ayuda de mi partido, porque para ello necesitaría el apoyo de todos los partidos y el concurso de la opinión pública; que al fin y al cabo, no se trata de un asunto de esos que se pueden desenvolver dentro de la esfera de acción de un solo partido, sino que se trata de un asunto que necesita resolverse para el porvenir en lo amplios horizontes de la Patria. (Bien, bien).

¿Es que es aventurado este problema? ¿Es que el [1446] dilema que yo he planteado es prematuro? ¡Ah, señores Diputados! pues si es prematuro en nuestro país, yo debo decir que es el problema que hoy está planteado en todas las Naciones, hasta el punto de que, si no lo resuelven pronto, no podrán vivir y tendrán una vida más precaria y más miserable que la que llevan en España.

Éste es un dilema inexcusable: o hacienda, o la paz armada; y en opinión mía, cuanto antes se resuelva este problema, mejor. Ahora bien, ¿es España la primera que lo ha de resolver? Ésta es una cuestión, Sr. Cassola, que debemos estudiar, y a mí ciertamente no me pesaría que la estudiáramos; porque España ha tenido la desgracia de ir por tantos siglos detrás de todas las Naciones, que yo me alegraría mucho de que en esta cuestión fuese a la cabeza. Porque la verdad es, señores, que en mi opinión, la paz armada es peor que la guerra, y trae la ruina de los pueblos, como trae la ruina de Europa; y si Europa no varía de camino, verá en breve que otras Naciones más jóvenes y más nuevas ganarán en importancia y valor, a costa de esta pobre y antigua Europa, y a todos los pueblos que la constituyen nos conviene que esto no suceda.

Éste es el problema, tal y como yo lo he enunciado, no planteado, porque, Sr. Cassola, ni con 2, ni con 3, ni con 20 millones de pesetas se arregla la Hacienda española. Me dice S.S.: ¿cuánto se necesitará? Pues en mi opinión, lo menos que se necesita para tener una Hacienda como no lo ha tenido mejor ningún otro país, y como pueda desearla el país que quiera tenerla normalizada, lo menos que se necesita hacer de economías son 100 millones de pesetas. (El Sr. Cassola: ¿Y eso se puede obtener por la reducción del ejército?). No digo que se puedan obtener esos 100 millones; pero con 50 queda solventado el déficit, que es el cáncer devorador de la Hacienda, que es el que va consumiendo los tesoros de la Nación, y con otros 50 millones de pesetas tendríamos medios suficientes para aliviar la carga del contribuyente, para ir a la igualdad de los tributos, para mejorar la agricultura y para fomentar las obras públicas. ¿No quiere S.S. que vayamos a buscar todo esto? Pues, por lo menos, procuremos obtener 50 millones de pesetas. Con esta cantidad no resolveremos del todo el problema, pero nos pondremos en camino de resolverlo al cabo de ocho o diez años, y por de pronto habrán desaparecido los déficits. Pues yo digo: esos 50 millones de pesetas (conste que yo no lo propongo; lo doy como problema que hay que estudiar) pueden obtenerse modificando los ejércitos de mar y tierra. ¿Conviene hacer esto? Yo no me atrevo a resolverlo; pero allá va la simiente, y ella fructificará. (Muy bien). Conviene que esto lo tengan presente los hombres de Estado.

Desengáñese el Sr. Cassola y no haga aspavientos; de los demás Ministerios se puede sacar algo; pero relativamente poco. ¿Quiere S.S. que se saque algo del Ministerio de Fomento? Pues será esto un alivio momentáneo para el presupuesto, pero será un mal para el país, porque la mayor parte de los gastos del presupuesto de Fomento son gastos reproductivos. En los demás Ministerios se puede hacer muy poco, ya lo sabe S.S., puesto que hemos discutido mucho acerca de este punto en los Consejos de Ministros.

Voy a contestar ahora al general López Domínguez. Yo creía que la prudencia y la moderación que ayer empleé en mi respuesta, tanto al Sr. Portuondo como a S.S., serían tenidas en cuenta, y que habría concluido este debate entre S.S. y yo, porque para algo dejé pasar aquellos discretos literarios del señor Portuondo, en los cuales yo no quedaba muy bien parado, y aquellos comentarios tan singulares de mi cuento, que, si yo hubiera sabido que iba a quedar expuesto a comentarios semejantes, no lo habría contado. Pues bien; par algo dejé pasar todas aquellas cosas sin la réplica que de mi parte exigían, y por algo también dejé pasar algunas cosas del general López Domínguez, a las cuales no di la contestación que yo creía que podía y debía darles; pero en fin, puesto que en una parte del discurso mío ha encontrado S.S. algo irregular después de la prudencia que en toda mi contestación observé, yo debo decirle a S.S. que en las palabras que pronuncié no ofendí al Sr. Posada Herrera, al cual me hubiera cuidado mucho de no ofender, aunque no sea más que porque ha desaparecido de entre nosotros; pero yo que podía decir del muerto lo que dije del vivo y en su presencia, no lo dije, ni quise decirlo. Ahí consta en el Diario de Sesiones que yo abandoné la Presidencia, que desde los bancos de enfrente me dirigí a él, le pedí explicaciones, le hice cargos y le combatí, y que a consecuencia de mi discurso vino la votación en que fue derrotado.

Pues ni aquello que en vida le dije, he querido decirlo estando muerto, y eso ha debido tenerlo en cuenta S.S. Yo no he de repetirlo ahora; no tengo más que referirme al Diario de Sesiones, en donde S.S. encontrará la razón que yo tuve para proceder como procedí, sin faltar ni a mi lealtad ni a mi consecuencia, a las cuales no he faltado jamás.

Por lo demás, S.S. no está bien enterado de lo que entonces pasó, porque S.S. lo que sabe es, que fue Ministro de la Guerra, y ahora le voy a decir a su señoría una cosa que va a sorprenderle, y que no la sabe, porque todavía no sabe S.S. cómo y por qué lo fue. (El Sr. López Domínguez: Pido la palabra).

Vino la crisis; yo me presenté a S. M. el Rey con la dimisión de todo el Ministerio, y S. M. el Rey tuvo la bondad de reiterarme su confianza y de decirme que constituyera otro Gabinete, sin imponerme condición ninguna, pues en todo caso, y en la forma y manera en que un súbdito puede imponer condiciones a un Rey, yo fui el que las impuse para aceptar el encargo, diciéndole: "Señor, a mí me hacen responsable, sin razón ninguna, pero me hacen responsable de la disidencia que existen en el campo liberal; y como todo mi afán es que esa disidencia desaparezca, yo acepto el encargo con que V. M. se digna honrarme otra vez, a condición de que he de procurar que en el Ministerio entren elementos de la izquierda, sin lo cual, Señor, no debo encargarme de formar Ministerio". Su Majestad el Rey me contestó: "Vd. forme el Ministerio como lo crea conveniente a los intereses del país, que el Ministerio que Vd. traiga formado, yo lo aceptaré". En el acto fui a ver al Duque de la Torre, le dije lo que pasaba, y le pedí, puesto que era jefe de aquella agrupación, dos individuos para el Ministerio, citándole expresamente el nombre de S.S. para el Ministerio de la Guerra, y añadiéndole que quería formar un Ministerio que sirviera de lazo de unión a todo el partido liberal y que acabara con toda distancia.

El Duque de la Torre, que era todo patriotismo, [1447] me dio un abrazo y me dijo: "Así es como se hacen las cosas; pero me parece difícil que consiga Vd. su deseo, porque están muy irritados con Vd. algunos de los elementos de la izquierda; sin embargo, yo procuraré convencerles". Yo a esto le contesté: "Pues que prescindan de mi personalidad en gracia del objetivo que me guía y del pensamiento que me inspira". Quedó el Duque de la Torre en darme la contestación al día siguiente; reunió a sus amigos, y después de conferenciar con ellos, me dijo que no querían entrar en el Ministerio conmigo, porque creían que quedaban humillados después de lo que había ocurrido en el Congreso, si formaban parte de un Ministerio presidido por mí; y al mismo tiempo me indicó que no tendrían inconveniente en formar parte de un Ministerio de conciliación presidido por otro. Pues si tienen más confianza en algún otro individuo de la mayoría, contesté yo, no tengo inconveniente en renunciar; porque el dejar de ser Presidente del Consejo para mí no es sacrificio; pero aun cuando lo fuera, lo haría con mucho gusto en bien del partido liberal; ¿Quién es esa persona? -Me han hecho la indicación, dijo el Sr. Duque de la Torre, de que con el Sr. Posada Herrera formarían parte del Ministerio.

Con esta indicación, yo me fui a Palacio y le dije al Rey: "Señor, siento mucho declinar el encargo que V. M. me ha dado; pero, como V. M. sabe, lo he aceptado a condición de traer al Ministerio elementos de la izquierda, para ver si hago fusión de todo el partido liberal, en bien del partido mismo, en bien del país y en bien de las instituciones; pero esos elementos no quieren formar Ministerio conmigo: me han indicado que no tendrían inconveniente en entrar con el Sr. Posada Herrera, y como el Sr. Posada Herrera es Presidente del Congreso, yo aconsejo a V. M. que me admita la dimisión del cargo que me ha conferido y que llame al Sr. Posada Herrera". Y en efecto, me pidió el Rey tiempo para reflexionar; esto era por la mañana; por la tarde fui a verle, cumpliendo sus órdenes, y me dijo: "pues voy a llamar a Posada Herrera". Llamó a Posada Herrera, y efectivamente, desde la estancia Real fue a verme a mi casa, me dijo que había aceptado el encargo de formar Ministerio, pero que quería antes conferenciar conmigo; conferenciamos largo rato, y de aquella conferencia creo yo que no tiene noticias el Sr. López Domínguez, porque si las tuviera, sabría lo que dije, y no lo sabe, porque todo fue resultado de aquella conferencia. Sí sabe S.S., porque esto es público y no ofendo con esto a nadie, que yo me he opuesto siempre con una tenacidad de que me vanaglorio cada vez más, a la revisión constitucional, siempre, en absoluto, en todas partes y para todos; y por ahí podrá el Sr. López Domínguez, sin necesidad de que yo dé más explicaciones, vislumbrar el por qué yo procedí como debía proceder, porque yo no falto nunca a mis compromisos cuando, sobre todo, mis compromisos se relacionan con los intereses generales del país y de las instituciones.

Y como yo he creído siempre de un orden muy superior, y como he creído de esencia el que no toquemos aquí las Constituciones, porque el país que varía constantemente de Constituciones es un país perdido, yo me negué en absoluto a toda revisión constitucional, antes y después de la entrada del Sr. Posada Herrera a presidir el Ministerio.

No tengo más que decir. (Bien, bien; aprobación) [1448]



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